sábado, 19 de junio de 2010

Medida y Manifestación por René Guénon

Capítulo III de El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos.


Si estimamos preferible evitar el empleo de la palabra «materia» mientras no tengamos que examinar especialmente las concepciones modernas, debe entenderse bien que la razón de ello está en las confusiones que hace nacer inevitablemente, ya que es imposible que no evoque ante todo, y eso incluso en aquellos que conocen el sentido diferente que tenía para los escolásticos, la idea de lo que los físicos modernos designan así, puesto que esta acepción reciente es la única que se asocia a esta palabra en el lenguaje corriente. Ahora bien, esta idea, como ya lo hemos dicho, no se encuentra en ninguna doctrina tradicional, ya sea oriental u occidental; eso muestra al menos que, incluso en la medida en que sería posible admitirla legítimamente desembarazándola de algunos elementos heteróclitos o incluso claramente contradictorios, una tal idea no tiene nada de verdaderamente esencial y no se refiere en realidad más que a una manera muy particular de considerar las cosas. Al mismo tiempo, puesto que en eso no se trata sino de una idea muy reciente, no hay que decir que esa idea no está implícita en la palabra misma, que le es muy anterior, y cuya significación original debe por consiguiente serle enteramente independiente; pero, por lo demás, es menester reconocer que esta palabra es de aquellas cuya verdadera derivación etimológica es muy difícil de determinar exactamente, como si una obscuridad más o menos impenetrable debiera decididamente envolver todo lo que se refiere a la «materia», y apenas es posible, a este respecto, hacer otra cosa que discernir algunas ideas que están asociadas a su raíz, lo que, por lo demás, no deja de presentar un cierto interés, incluso si no puede precisarse cuál es, entre esas ideas, la que está más cerca del sentido primitivo.

La asociación que parece haberse observado más frecuentemente es la que vincula materia a mater, y eso conviene bien en efecto a la substancia, en tanto que ésta es un principio pasivo, o simbólicamente «femenino»: se puede decir que Prakriti desempeña el papel «maternal» en relación a la manifestación, del mismo modo que Purusha desempeña el papel «paternal»; y ello es igualmente así en todos los grados en los que se puede considerar analógicamente una correlación de esencia y de substancia [1]. Por otra parte, es posible también vincular la misma palabra materia al verbo latino metiri, «medir» (y vamos a ver que existe en sánscrito una forma que está más próxima de ella aún); pero quien dice «medida» dice por eso mismo determinación, y esto ya no se aplica a la absoluta indeterminación de la substancia universal o de la materia prima, sino que debe referirse más bien a alguna otra significación más restringida; ese es precisamente el punto que nos proponemos examinar ahora de una manera particular.

Como dice sobre este tema Ananda K. Coomaraswamy, «para todo lo que puede ser concebido o percibido (en el mundo manifestado), el sánscrito tiene solo la expresión nâma-rûpa, cuyos dos términos corresponden a lo “inteligible” y a lo “sensible” (considerados como dos aspectos complementarios que se refieren respectivamente a la esencia y a la substancia de las cosas) [2]. Es verdad que la palabra mâtrâ, que significa literalmente «medida», es el equivalente etimológico de materia; pero lo que es así “medido”, no es la “materia” de los físicos, sino las posibilidades de manifestación que son inherentes al espíritu (Âtmâ[3]. Esta idea de «medida», puesta así en relación directa con la manifestación misma, es muy importante, y por lo demás está muy lejos de ser exclusivamente propia únicamente a la tradición hindú, que el Sr. Coomaraswamy ha tenido aquí más especialmente en vista; de hecho, se podría decir que se encuentra bajo una forma u otra, en todas las doctrinas tradicionales, y, aunque naturalmente no podamos tener la pretensión de indicar al presente todas las concordancias que se podrían destacar a este respecto, trataremos no obstante de decir suficientes como para justificar esta aserción, aclarando igualmente, tanto como nos sea posible hacerlo, este simbolismo de la «medida» que tiene concretamente un lugar enorme en algunas formas iniciáticas.

Entendida en su sentido literal, la medida se refiere principalmente al dominio de la cantidad continua, es decir, de la manera más directa, a las cosas que poseen un carácter espacial (ya que el tiempo mismo, aunque igualmente continuo, no puede ser medido más que indirectamente, relacionándole en cierto modo al espacio por la intermediación del movimiento que establece una relación entre el uno y el otro); eso equivale a decir que la medida se refiere en suma, ya sea a la extensión misma, o ya sea a lo que se ha convenido en llamar la «materia corporal», en razón del carácter extenso que ésta posee necesariamente, lo que, por lo demás, no quiere decir que su naturaleza, como lo ha pretendido Descartes, se reduzca pura y simplemente a la extensión. En el primer caso, la medida es más propiamente «geométrica»; en el segundo, se la podría llamar más bien «física», en el sentido ordinario de esta palabra, pero, en realidad, este segundo caso se reduce al primero, puesto que es en tanto que se sitúan en la extensión y en tanto que ocupan una cierta porción definida de ella como los cuerpos son inmediatamente mensurables, mientras que sus demás propiedades no son susceptibles de medida sino en tanto que pueden ser referidas de una cierta manera a la extensión. Como lo habíamos previsto, aquí estamos muy lejos de la materia prima, que en efecto, en su «indistinción» absoluta, no puede ser medida de ninguna manera ni servir para medir nada; pero debemos preguntarnos si esta noción de la medida no se liga más o menos estrechamente a lo que constituye la materia secunda de nuestro mundo, y, efectivamente, este lazo existe por el hecho de que ésta es signata quantitate. En efecto, si la medida concierne directamente a la extensión y a lo que está contenido en ella, es por el aspecto cuantitativo de esta extensión como la medida se hace posible; pero la cantidad continua no es, como lo hemos explicado, más que un modo derivado de la cantidad, es decir, que no es propiamente cantidad más que por su participación en la cantidad pura, que, ella sí es inherente a la materia secunda del mundo corporal; y, agregaremos, es porque lo continuo no es la cantidad pura por lo que la medida presenta siempre una cierta imperfección en su expresión numérica, ya que la discontinuidad del número hace imposible su aplicación adecuada a la determinación de las magnitudes continuas.

En efecto, el número es verdaderamente la base de toda medida, pero, en tanto que no se considera más que el número, no se puede hablar de medida, puesto que ésta es la aplicación del número a alguna otra cosa, aplicación que es siempre posible, en ciertos límites, es decir, teniendo en cuenta la «inadecuación» que acabamos de indicar, para todo lo que está sometido a la condición cuantitativa, o, en otros términos, para todo lo que pertenece al dominio de la manifestación corporal. Solamente, y aquí volvemos a la idea expresada por A. Coomaraswamy, es menester tener cuidado de que, en realidad, y a pesar de algunos abusos del lenguaje ordinario, la cantidad no es lo que se mide, sino, antes al contrario, aquello por lo que las cosas son medidas; y, además, se puede decir que la medida es, en relación al número, en sentido inversamente analógico, lo que es la manifestación en relación a su principio esencial.

Ahora, entiéndase bien que, para extender la idea de la medida más allá del mundo corporal, es necesario transponerla analógicamente: puesto que el espacio es el lugar de la manifestación de las posibilidades de orden corporal, uno podrá servirse de él para representar todo el dominio de la manifestación universal, que de otro modo no sería «representable»; y así, la idea de medida, aplicada a éste, pertenece esencialmente a este simbolismo espacial del que tenemos que señalar ejemplos tan frecuentemente. En el fondo, la medida es entonces una «asignación» o una «determinación», implicada necesariamente por toda manifestación, en cualquier orden y bajo cualquier modo que sea; esta determinación es naturalmente conforme a las condiciones de cada estado de existencia, e incluso, en un cierto sentido, se identifica a esas condiciones mismas; ella no es verdaderamente cuantitativa más que en nuestro mundo, puesto que la cantidad no es en definitiva, así como el espacio y el tiempo, más que una de las condiciones especiales de la existencia corporal. Pero, en todos los mundos, hay una determinación que puede ser simbolizada para nosotros por esta determinación cuantitativa que es la medida, puesto que ella es lo que se le corresponde en ellos teniendo en cuenta la diferencia de las condiciones; y se puede decir que es por esta determinación como esos mundos, con todo lo que contienen, son realizados o «actualizados» como tales, puesto que ella no forma más que uno con el proceso mismo de la manifestación. El Sr. Coomaraswamy destaca que «el concepto platónico y neoplatónico de “medida” (μετρον) concuerda con el concepto indio: lo “no-medido” es lo que todavía no ha sido definido; lo “medido” es el contenido definido o finito del “cosmos”, es decir, del universo “ordenado”; lo “no mensurable” es el Infinito, que es a la vez la fuente de lo indefinido y de lo finito, y que permanece inafectado por la definición de lo que es definible», es decir, por la realización de las posibilidades de manifestación que lleva en él.

Se ve aquí que la idea de medida está en conexión íntima con la de «orden» (en sánscrito rita), que se refiere a la producción del universo manifestado, siendo ésta, según el sentido etimológico de la palabra griega κόσμος, una producción del «orden» a partir del «caos»; éste último es lo indefinido, en el sentido platónico, y el «cosmos» es lo definido [4]. Esta producción es asimilada también por todas las tradiciones a una «iluminación» (El Fiat Lux del Génesis), puesto que el «caos» es identificado simbólicamente a las «tinieblas»: el «caos» es la potencialidad a partir de la cual se «actualizará» la manifestación, es decir, en suma el lado substancial del mundo, que se describe así como el polo tenebroso de la existencia, mientras que la esencia es su polo luminoso, puesto que es su influencia la que efectivamente ilumina ese «caos» para sacar de él el «cosmos»; y, por otra parte, esto concuerda con la aproximación de los diferentes significados implicados en sánscrito en la palabra srishti, que designa la producción de la manifestación, y que contiene a la vez las ideas de «expresión», de «concepción» y de «irradiación luminosa» [5]. Los rayos solares hacen aparecer las cosas que iluminan, haciéndolas visibles, y, por consiguiente, puede decirse simbólicamente que las «manifiestan»; si se considera un punto central en el espacio y los rayos emanados de ese centro, se podrá decir también que esos rayos «realizan» el espacio, haciéndole pasar de la virtualidad a la actualidad, y que su extensión efectiva es, en cada instante, la medida del espacio realizado. Estos rayos corresponden a las direcciones del espacio propiamente dicho (direcciones que se representan frecuentemente por el simbolismo de los «cabellos», el cual se refiere al mismo tiempo a los rayos solares); el espacio es definido y medido por la cruz de tres dimensiones, y, en el simbolismo tradicional de los «siete rayos solares», seis de estos rayos, opuestos dos a dos, forman esta cruz, mientras que el «séptimo rayo», el que pasa a través de la «puerta solar», no puede ser representado gráficamente más que por el centro mismo. Todo eso es pues perfectamente coherente y se encadena de la manera más rigurosa; y agregaremos también que, en la tradición hindú, los «tres pasos» de Vishnu, cuyo carácter «solar» es bien conocido, miden los «tres mundos», lo que equivale a decir que «efectúan» la totalidad de la manifestación universal. Se sabe, por otra parte, que los tres elementos que constituyen el monosílabo sagrado Om son designados por el término mâtrâ, lo que indica que representan también la medida respectiva de los «tres mundos»; y, por la meditación de estos mâtrâs, el ser realiza en sí mismo los estados o grados correspondientes de la existencia universal y deviene así él mismo la «medida de todas las cosas» [6].

La palabra sánscrita mâtrâ tiene por equivalente exacto en hebreo la palabra middah; ahora, en la Kabbala, los middoth se asimilan a los atributos divinos, y se dice que es por ellos como Dios ha creado los mundos, lo que, además, se pone en relación precisamente con el simbolismo del punto central y de las direcciones del espacio [7]. A este propósito, se podría recordar también la palabra bíblica según la cual Dios ha «dispuesto todas las cosas en medida, número y peso» [8]; esta enumeración, que se refiere manifiestamente a modos diversos de la cantidad, no es aplicable literalmente, como tal, más que al mundo corporal solo, pero, por una transposición apropiada, se puede ver en ella también una expresión del «orden» universal. Por lo demás, ocurre lo mismo con los números pitagóricos; pero, entre todos los modos de la cantidad, es aquel al que corresponde propiamente la medida, es decir, la extensión, el que se pone más frecuentemente y más directamente en relación con el proceso mismo de la manifestación, en virtud de una cierta predominancia natural del simbolismo espacial a este respecto, que resulta del hecho de que es el espacio el que constituye el «campo» (en el sentido del sánscrito kshêtra) en el que se desarrolla la manifestación corporal, tomada ella misma forzosamente como símbolo de toda la manifestación universal.

La idea de la medida entraña inmediatamente la de la «geometría», ya que no solo toda medida es esencialmente «geométrica» como ya lo hemos visto, sino que se podría decir que la geometría no es otra cosa que la ciencia misma de la medida; pero no hay que decir que aquí se trata de una geometría entendida ante todo en el sentido simbólico e iniciático, una geometría de la que la geometría profana no es más que un simple vestigio degenerado, privado de la significación profunda que tenía en el origen y que está enteramente perdida para los matemáticos modernos. Es en esto en lo que se basan esencialmente todas las concepciones que asimilan la actividad divina, en tanto que productora y ordenadora de los mundos, a la «geometría», y también, por consiguiente, a la «arquitectura», que es inseparable de ésta [9]; y se sabe que estas concepciones se han conservado y transmitido, de una manera ininterrumpida, desde el Pitagorismo (que, por lo demás, no fue más que una «adaptación» y no un verdadero «origen») hasta lo que subsiste todavía de las organizaciones iniciáticas occidentales, por poco conscientes que sean actualmente en estas últimas. Es a esto a lo que se refiere concretamente la palabra de Platón: «Dios geometriza siempre» άεὶ ὁ Θεòς γεωμέτρει (estamos obligados, para traducir exactamente, a recurrir a un neologismo, en ausencia de un verbo usual en francés para designar la operación del geómetra), palabra a la cual respondía la inscripción que había hecho colocar, se dice, sobre la puerta de su escuela: «Que nadie entre aquí si no es geómetra», lo que implicaba que su enseñanza, en su aspecto esotérico al menos, no podía ser comprendida verdadera y efectivamente más que por una «imitación» de la actividad divina misma. Se encuentra como un último eco de esto, en la filosofía moderna (en cuanto a la fecha al menos, pero, a decir verdad, en reacción contra las ideas específicamente modernas), en Leibnitz, cuando dice que, «mientras Dios calcula y ejerce su cogitación (es decir, establece planes), el mundo se hace» (dum Deus calculat et cogitationem exercet, fit mundus); pero, para los antiguos, había en eso un sentido mucho más preciso, ya que, en la tradición griega, el «Dios geómetra» era propiamente el Apolo hiperbóreo, lo que nos conduce también al simbolismo «solar», y al mismo tiempo a una derivación bastante directa de la tradición primordial; pero eso es otra cuestión, que no podríamos desarrollar aquí sin salir enteramente de nuestro tema, y debemos contentarnos con dar, a medida que se presente la ocasión de ello, algunas apercepciones de estos conocimientos tradicionales tan completamente olvidados por nuestros contemporáneos [10].


Notas:
[1] Esto concuerda también con el sentido original del término ὕλη, que hemos indicado más atrás: el vegetal es por así decir la «madre» del fruto que sale de él y que alimenta con su substancia, pero que no se desarrolla y madura más que bajo la influencia vivificante del sol, el cual es así en cierto modo el «padre»; y, por consiguiente, el fruto mismo se asimila simbólicamente al sol por «coesencialidad», si es permisible expresarse así, como se puede ver en lo que hemos dicho en otra parte sobre el tema del simbolismo de los Âdityas y de otras diversas nociones tradicionales similares.
[2] Éstos dos términos de «inteligible» y de «sensible», empleados así correlativamente, pertenecen propiamente al lenguaje platónico; se sabe que el «mundo inteligible» es, para Platón, el dominio de las «ideas» o de los «arquetipos», que, como ya lo hemos visto, son efectivamente las esencias en el sentido propio de esta palabra; y, en relación a este mundo inteligible, el mundo sensible, que es el dominio de los elementos corporales y de lo que procede de sus combinaciones, está del lado substancial de la manifestación.
[3] Notes on the Katha-Upanishad, 2ª parte.
[4] La palabra sánscrita rita está emparentada por su raíz misma al latín ordo, y apenas hay necesidad de hacer destacar que lo está más estrechamente todavía a la palabra «rito»: el «rito» es, etimológicamente, lo que se cumple conformemente al «orden», y que, por consiguiente, imita o reproduce a su nivel el proceso mismo de la manifestación; y es por eso por lo que, en una civilización estrictamente tradicional todo acto, cualquiera que sea, reviste un carácter esencialmente ritual.
[5] Cf. A. K. Coomaraswamy, ibid.
[6] Cf. El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVII.
[7] Cf. El Simbolismo de la Cruz, cap. IV.
[8] «Omnia in mensura, numero et pondere disposuisti» (Sabiduría, XI, 20).
[9] En árabe, la palabra hindesah, cuyo sentido primero es el de «medida», sirve para designar a la vez la geometría y la arquitectura, puesto que la segunda es en suma una aplicación de la primera.
[10] A. K. Coomaraswamy nos ha señalado un curioso dibujo simbólico de Willian Blake, que representa al «Antiguo de los Días» que aparece en el orbe solar, desde donde extiende hacia el exterior un compás que tiene en la mano, lo que es como una ilustración de esta palabra del Rig-Vêda (VIII, 25, 18): «Con su rayo, él ha medido (o determinado) los límites del Cielo y de la Tierra» (y entre los símbolos de algunos grados masónicos se encuentra un compás cuya cabeza está formada por un sol radiante). Aquí, se trata manifiestamente de una figuración de ese aspecto del Principio que las iniciaciones occidentales llaman el «Gran Arquitecto del Universo», que deviene también, en algunos casos, el «Gran Geómetra del Universo», y que es idéntico al Vishwakarma de la tradición hindú, el «Espíritu de la Construcción universal»; sus representantes terrestres, es decir, los que «encarnan» en cierto modo este Espíritu al respecto de las diferentes formas tradicionales, son los que hemos designado más atrás, por esta razón misma, como los «Grandes Arquitectos de Oriente y Occidente».

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